viernes, 31 de mayo de 2013

Conversaciones de gimnasio

El que crea que al gimnasio se va a quemar calorías o a ligar es un viejuno. Al gimnasio se va a construir teorías filosóficas sobre la vida y los hombres. Y estas aportaciones al acervo cultural de la humanidad tienen lugar en sitios íntimos como la sauna, los vestuarios o el spa. Si no pasas la mitad de tu tiempo de gimnasio en uno de estos tres lugares estás perdiendo miserablemente tu tiempo, aunque consigas convertir el 40% de la grasa de tu cuerpo en músculo.
Uno de los grandes temas a debate es el pubis. No el pubis en sí mismo, sino cuánto vello se ha de llevar puesto, si se debe optar por el estilo hippy natural salvaje, por el natural discreto, por el depilado integral doloroso e higiénico, o por el depilado ampliamente conocido como “ticket de metro”.

El estado del pubis marca el estatus de tu vida sexual, según he podido averiguar. A más pelos, menos amantes. A más diseño corresponde una vida sexual más sofisticada. No es que esto refleje fielmente a la realidad, pero hablamos de símbolos. Y de construir cuidadosamente la imagen que quieres dar.
Para llegar a formular verbalmente tus dudas hay que pertenecer a una comunidad de chicas y chicos de gimnasio de los que ejercitan su cuerpo a la misma hora, veneran al mismo entrenador personal, dominan la jerga en uso, toman algún suplemento vitamínico y ya se han contado la vida en verso.

Porque la primera aproximación a este asunto crucial y contemporáneo es puramente visual. Uno se mira lo suyo y compara: “¡Oh, qué mal lo llevo! ¡Mira que mono ese! ¡Uff, aquel tiene que haber dolido lo suyo!”. De repente notas que hay “trendsetters” de los bajos mundos y sientes un deseo irresistible de preguntar: ¿Dónde te haces la cera? ¿Quién es el/la artista?

Después de callarte varias semanas, intentar explicarle a tu depiladora de siempre lo que quieres, fracasar y que te vuelva a crecer el pelo, por fin te lanzas. Entonces, como una ola, florece la conversación y un vivo debate, y te sientes líder de una tribu largamente reprimida en su derecho a la libertad de expresión.
Mi recién adquirido liderazgo me lleva a iniciar un estudio entre mis amigos hetero con buen gusto y sensibilidad (un grupo minúsculo en franca vía de extinción). El objeto de mi trabajo de campo es cuánto pelo es demasiado y cuánto es demasiado poco. Mi pregunta, de aproximación puramente estética, desata todo tipo de suspicacias. Pero nada me aparta de mi objetivo académico.

Las respuestas que obtengo son variadas, pero pueden resumirse en tres grandes grupos. Los agnósticos: “La verdad es que no me entero de si van muy depiladas o no”. Los empáticos: “Hombre, supongo que debe doler lo suyo, pero me gusta disfrutar de claridad y un poco de definición. Tiendo a perderme en las selvas oscuras”. Los minimalistas: “Odio el pelo en cualquier sitio que no sea la cabeza”.

Regreso con mi valiosa información a la comunidad que generosamente me ha acogido como líder. La variedad de exigencias les crea angustia e incertidumbre. No es fácil sobrevivir en un mercado libre y competitivo. Optamos por el socorrido: “Sé tú misma”. Escojo diseño y compro un bono de sesiones de depilación láser. Previamente, paso por la farmacia y compro una crema anestésica que me pondré una hora antes. Te digan lo que te digan, la depilación láser duele y la fama cuesta. 
Fuente: Mujerhoy.com