Sábado, doce de la mañana, o incluso más tarde. Nos levantamos
después de una noche de juerga repleta de excesos de muy diferente
índole y comienzan a circular por nuestra cabeza una serie de
arrepentimientos relacionados con la noche anterior. Y, casualmente,
cuando más tarde nos hayamos levantado, más culpa sentiremos. En muchas
ocasiones, estos sentimientos tienen relación con los excesos que
nuestro cuerpo sufre, pero en otras, por nuestro comportamiento durante la noche anterior.
No sólo relacionado con el otro sexo, sino también porque la falta de
inhibición que el alcohol –pero también la noche y sus ambientes–
favorece, puede dar lugar a comportamientos en los que, a plena luz del
día, no nos sentimos identificados.
La culpa es un
sentimiento mucho más habitual de lo que nos gustaría pensar. Se trata
de una sensación de pérdida o dolor que está relacionada con una
decisión tomada en el pasado, y que tan sólo más tarde nos damos cuenta
que ha sido fatalmente elegida. Cuanto menos podamos hacer para cambiar el curso de los acontecimientos, peor nos sentiremos.
Por lo tanto, la solución es tan sencilla como difícil de lograr:
simplemente, hay que tomar las decisiones correctas. O, al menos, sentir
que hemos hecho lo que hemos podido. Para ello, la claridad mental es
un aliado insustituible, y desde luego, la noche no ayuda mucho. O si
no, que se lo digan a Dinio.
Hombres, mujeres, etc.
Diversos
estudios han mostrado que la mujer suele sentir culpa con más
frecuencia que el hombre, al menos en lo que concierne a las relaciones.
En concreto, el 44% de las mujeres señalaban haber sentido en algún momento remordimientos
relacionados con su vida amorosa, mientras que el porcentaje, en el
caso de los hombres, desciende hasta el 19%. La razón para explicar esta
diferencia es, probablemente, cultural. Debido a que el tabú y la
presión social sobre las mujeres en lo que concierne a sus relaciones
con el sexo contrario es mucho más fuerte, es más fácil que se sientan
culpables por haber formado parte de una relación no exitosa.
Uno de los datos más llamativos del estudio es el que refleja por qué
en algunas culturas esta sensación es más frecuente que en otras.
Aquellas parejas cuyo matrimonio había sido impuesto o que no habían
tenido elección apenas manifestaban arrepentimiento, mientras que en
aquellas en las que la libertad es mucho mayor y cada cual es libre para
labrarse su propio camino, la culpa es mucho más frecuente, como en el
caso de Estados Unidos. La conclusión es clara, y todo se reduce a la
responsabilidad individual. Cuanto menos seamos responsables de nuestras acciones, menos culpa sentiremos, y viceversa.
Lo cual no quiere decir, por supuesto, que esgrimiendo el factor
atenuante de “es que la noche me confunde” no debamos aprender a dejar
de meter la pata noche tras noche. ¿Cómo?
- Examínate a ti mismo. La culpa es uno de los sentimientos más relacionados con la educación y los principios morales de cada persona, en cuanto que su aparición presupone que hemos quebrantado nuestros códigos de conducta, o los que nos han enseñado. Sin embargo, puede ocurrir que simplemente hayamos roto los principios morales de los demás, pero no los propios. No dejes que los demás piensen por ti. Sólo porque tus amigos te bombardeen a mensajes afeándote la conducta, debes preguntarte si has obrado según consideras que es correcto, y si es así, no hay que darle más vueltas.
- ¿De qué te sientes culpable exactamente? En muchas ocasiones, la culpa es una sensación tan molesta como indefinida. Resulta complicado identificar por qué razón exacta nos estamos sintiendo mal. ¿Es algo que hemos hecho de forma incorrecta? ¿Es algo que no hemos hecho? ¿Qué podemos hacer para remediarlo? Aislar la decisión origen de nuestro malestar es útil tanto para relativizar su importancia como para comenzar a ponerle solución. Muchas veces, la culpa que sentimos en la mañana después de una noche toledana está originada, simplemente, porque hemos perdido el control, no porque hayamos hecho nada malo.
- Habla con los demás, y pide perdón si es necesario. En muchas ocasiones, seguramente demasiadas, la culpa nace desde nuestro interior y sin que ninguna otra persona se haya visto molesta por nuestro comportamiento. Pregunta a aquel o, a aquella, a quien puedes haber perjudicado con tus acciones, y seguramente te encontrarás con que ya lo había dado por olvidado. Y, en caso de no ser así, es hora de pedir perdón, y de esa manera, acabar con la culpa.
- Mantén lejos la tentación. El alcohol, el cansancio, la satisfacción del deber cumplido que deberíamos sentir todos los viernes después de una semana de arduo trabajo u otros factores relacionados con el tiempo de ocio suelen hacer que nos relajemos, ya que no tenemos ninguna responsabilidad que acatar. Lo cual quiere decir que, igual que nos permitimos comer un poco peor, beber una copa de más o gastar un poco de dinero extra, podemos hacer lo mismo con nuestras relaciones. Si no sabemos controlarnos, quizá lo mejor sea mantener a raya la tentación. Al fin y al cabo, la mejor manera de evitar arrasar con el chocolate de la nevera es no comprando chocolate. En ese sentido, salir de fiesta con el dinero necesario y sin la tarjeta de crédito nos obliga a saber de antemano qué vamos a gastar. Si necesitamos más, pasaremos la vergüenza de pedírselo a algún amigo.
- Piensa dos veces. Determinados ambientes sociales, donde amplios grupos de amigos adoptan una actitud relajada y hedonista, por decirlo suavemente, pueden llevar a romper nuestros propios límites. Es la aplicación del efecto de la responsabilidad diluida a las relaciones sociales, que lleva, por ejemplo, a tomarla con alguien de manera exagerada. Uno de los arrepentimientos más frecuentes es haber tratado mal a una persona o haber contado lo que no deberíamos, muchas veces empujados por el ambiente y unas compañías que se escudan en la masa para malmeter. El alcohol acaba con nuestra inhibición natural, por lo que conviene ser conscientes e imponernos de manera externa un cierto autocontrol.
- La salud es lo primero. Hagas lo que hagas, piensa que muchas enfermedades son irreversibles. Ya no se trata simplemente de conducir bajo los efectos del alcohol, sino de no incurrir en comportamientos sexuales peligrosos. Un estudio puso de manifiesto que uno de cada siete universitarios americanos había tenido sexo sin protección después de beber en abundancia, y que el exceso de alcohol tiende a infravalorar las consecuencias de nuestros actos, así que cuidado.
- Vete rápido a la cama y, si puedes, ríndete cuando veas tus defensas flaquear. Gran parte de nuestros peores comportamientos tienen lugar cuando, una vez solos, tenemos que volver al hogar, ponernos el pijama, comer algo, y quizá, empezar a echar de menos a esa antigua novia, sopesar la posibilidad de llamar a ese amigo al que hace diez años que no vemos o comprar un yate por internet. Es en ese momento en el que más vulnerables somos, y en el que con más facilidad nos dejaremos llevar por nuestra irracionalidad, así que cuanto menos tiempo pasemos en esa situación, mejor. Además, en el momento en que notamos que nuestra fuerza de voluntad muestra signos de flaqueza, quizá debamos darnos por rendidos y volver a casa. Nuestro cuerpo lo agradecerá a la mañana siguiente.
- Utilízalo como herramienta de aprendizaje. De acuerdo, lo has hecho mal, y ya no se puede hacer nada para remediarlo. Ahora bien, si vuelves a tropezar con la misma piedra, toda esa culpa no habrá servido para nada. Por lo menos, que el sufrimiento te lleve a saber dónde están tus límites.
Siéntete mal y sigue adelante.
Si nada de lo anterior ha funcionado, seguramente lo mejor sea aceptar
nuestro fracaso y llorar todo lo que necesitemos, eso sí, teniendo en
cuenta que tarde o temprano habremos de seguir adelante. Concédete una
tregua y paga por tus pecados, pero no por mucho tiempo.
Fuente: El Confidencial