Que los problemas sexuales suelen anteceder una crisis de pareja
(aunque no tenga por qué ser así en todos los casos) es ampliamente
conocido. Al mismo tiempo, la novedad, la sorpresa y el nerviosismo
suelen marcar los primeros encuentros en una pareja. Pero, ¿ocurre lo
mismo en el sentido contrario? Es decir, sabemos que nuestra percepción
de la relación en la que nos encontramos suele cambiar nuestra vida
sexual, pero, ¿cambia el sexo nuestro conocimiento del entorno,
haciéndonos, por ejemplo, más proclives a llevar a cabo comportamientos
que no adoptaríamos en otras circunstancias? Un reciente estudio acaba
de poner de manifiesto precisamente que la excitación que sentimos
cuando hemos recibido estímulos de carácter erótico cambia nuestra
relación con el mundo que nos rodea, al menos en lo que concierne a nuestro conocimiento de lo desagradable.
Un
grupo de investigadores holandeses se ha preguntado por qué una
actividad que durante la mayor parte del tiempo, y pensada fríamente,
nos parece extraña, turbadoramente física y en muchos casos, algo sucia,
cuando nosotros participamos en ella de repente se convierte en algo placentero, divertido y deseable.
Y lo que averiguaron es que la mera excitación sexual es la que provoca
que cambiemos la percepción de nuestros propios actos y de nuestra
compañía. O, al menos, es lo que ocurre con las 90 mujeres que fueron el
objeto de estudio de los investigadores de la Universidad de Groningen y
que ha sido publicado en la revista científica PLoS ONE.
El proceso seguido por la investigación fue el siguiente: a una
selección de las encuestadas se les presentó un vídeo erótico, mientras
que al otro no, pero a ambos se les preguntaron las mismas cuestiones.
Pues bien, aquel grupo que se encontraba un poco más excitado como
consecuencia de la visualización de la película, se mostraba mucho más
inclinado a, por ejemplo, comerse una galleta que estaba al lado de un
gusano (falso) que las que no lo habían hecho. Es decir, lo que hace el
estudio es dar explicación a la célebre sentencia de Sigmund Freud que abre dicho artículo: “un
hombre, que probablemente se muestre dispuesto a besar apasionadamente
la boca de una chica guapa, quizá sienta asco ante la idea de utilizar
su cepillo de dientes”.
Un complejo mecanismo físico
Lo que el presente estudio señala es que, como se ha indicado en incontables ocasiones,
el efecto que el sexo causa en las personas depende enormemente del
contexto. Es decir, en muchas ocasiones, no es tan importante la persona
con la que compartamos el acto como la situación en el que este se
produce y todo lo que le rodea (lugar, hora del día, vestuario, etc.).
De hecho, recuerdan los investigadores, el sexo fuera de contexto suele parecer muy desagradable. Diversos estudios, como el publicado por el doctor Val Curtis bajo el nombre de Pruebas de que el asco nació ante el riesgo de enfermedad
han explicado cómo la repugnancia es una forma de defensa ante diversos
organismos y potenciales amenazas, y también, una manera de evitar el
dolor. Y que, por lo tanto, ha de desaparecer si se desea que haya un
encuentro sexual, es decir, que pueda darse la reproducción necesaria
para la supervivencia de la especie.
En definitiva, el estudio intenta proporcionar la explicación física
para defender que el sexo no es sucio, especialmente si somos nosotros
los que lo practicamos. No sólo eso, sino que también ofrece una
explicación plausible al origen de determinados problemas sexuales en la
vida en pareja: que la ausencia de esta excitación que ha de preceder
al acto sexual para que este sea satisfactorio provoque que no seamos
capaces de cambiar nuestra percepción del sexo y, por lo tanto, nos
parezca tan desagradable como si este se produjese de improvisto.
Incluso puede ocurrir que, si este paso intermedio no se da, el sexo empiece a considerarse como algo físicamente desagradable.
Factores que determinan nuestro deseo
Otro estudio publicado hace apenas seis años por Dan Ariely,
un profesor de la Universidad de Texas y probablemente uno de los
grandes expertos en comportamiento sexual del planeta, intentó averiguar
cómo la excitación sexual nos hace cambiar nuestros comportamientos,
incluso de maneras que, una vez pensadas en frío, nos resultan chocantes
e impropias de nosotros. Algo que en muchos casos conduce a las parejas
a incurrir en relaciones de alto riesgo que pueden dar lugar a
embarazos indeseados, el contagio de enfermedades de transmisión sexual o
un mero remordimiento tardío. En dicho artículo, llamado El calor del momento: el efecto de la excitación sexual en las decisiones sexuales, Ariely defiende una hipótesis muy clara, que es que nuestros criterios, percepciones y actitudes cambian por completo cuando nos encontramos en un estado de excitación.
¿En qué se traduce este cambio en nuestros comportamientos? En
concreto, señala Ariely, en tres ámbitos: en el atractivo que percibimos
en los estímulos que nos rodean, en nuestra disposición a adoptar
actitudes un tanto discutibles con el único objetivo de obtener ventajas
sexuales e, incluso, en una mayor laxitud a la hora de plantearse
relaciones de riesgo. “Nuestros resultados ponen en tela de juicio la
noción por la que la preferencia sexual de una persona es una variable
puramente individual”, señala el investigador. “Como si fuese una
cuestión de disposición antes que de contexto”. Lo que se señala en el
artículo es que una misma persona puede comportarse de maneras
completamente opuestas dependiendo de si está excitado o no, e incluso, encontrar atractivas a personas que de otra forma le habrían sido indiferentes. Algo que muchos sospechaban a partir de su propia experiencia pero de lo que ahora tenemos confirmación científica.
Recuperando el control
El
problema, señala la investigación, es que en ocasiones, el estado de
excitación puede confundirnos de igual manera que el alcohol o las
drogas, por desafortunada que pueda parecer la comparación en un
momento. Lo que impera en esos momentos es la “visión de túnel”,
en términos de los propios autores, es decir, “la estrechez en la
búsqueda de motivaciones, donde las metas que no sean la realización
sexual son eclipsadas por el deseo de tener sexo”: se puede decir más
alto, pero no más claro.
¿La solución? Muy sencilla: como
ese estudiante que es consciente de que le cuesta organizarse y por lo
tanto se ve obligado a imponerse una disciplina férrea, lo único que se
puede hacer es tener conciencia de los propios límites y de lo que tendemos a hacer cuando perdemos el control (para no hacerlo).
No sólo eso, sino también poner precauciones ante cualquier posible
situación de peligro que pueda surgir en un futuro. Además, como señala
Ariely, solemos tener un conocimiento muy limitado de nosotros mismos en
lo que a este tema respecta, por paradójico que parezca. Una de las
conclusiones a las que llega el investigador puede ser políticamente
incorrecta, pero no equivocada: cuando juzgamos a la gente envuelta en
estas situaciones, raramente compartimos su estado –de excitación–, por
lo que tendemos a pensar que el problema está en cada persona y no en su
enajenación transitoria, cuando realmente este influye en un alto grado
en su comportamiento, aunque en ningún caso “debe justificar los abusos
sexuales”. Pero, como señala el autor, si sabemos bien en qué errores
solemos caer durante esos momentos de calentón, quizá averigüemos cómo
comportarnos en ellos.
Fuente: El Confidencial